Tras haber vivido la experiencia de ser madre de cuatro hijos, entre ellos un joven con discapacidad y desempeñarme como especialista en inclusión escolar a cargo de un programa de integración, si hay algo que tengo muy claro, es que muchas madres y familias pedimos ayuda a gritos para sobrellevar de una manera satisfactoria dicho proceso.
En esta búsqueda las puertas que se cerraban eran más que las que se abrían.
¿Por qué uno de mis hijos no pudo acceder a la institución educativa que nosotros creíamos que era lo mejor para él, y en vez de eso hizo su escolaridad en “el único colegio que lo recibió”?
¿Qué pasa en las familias donde la madre se ausenta todas las tardes de su hogar por acompañar a uno de sus hijos a diferentes terapias?
¿No será contraproducente para los niños pasar todas sus tardes de especialista en especialista, descuidando otros aspectos de su desarrollo? ¿Qué pasa con el resto de la familia?
Esta experiencia nos hizo crecer como familia y nos marcó a todos positivamente, sin embargo creemos que este proceso igual pudo haber sido más amigable o llevadero.
Conozco desde dentro ambas veredas de la integración escolar. Vivimos como familia el proceso de integración de Andrés y luego me correspondió situarme desde la otra vereda. Fui por siete años la coordinadora de integración en un colegio. Y ahora, mientras redactaba estas palabras, me llamaron de otro colegio y…. reincidí. Nuevamente asumí el desafío, esta vez de llevar a la comunidad por el camino de la Inclusión.
Hoy miro el pasado y sólo veo esperanza, crecimiento y grandes oportunidades para dar lo mejor de mí.
Ha llegado el momento de hacer un aporte en beneficio de las personas con discapacidad y sus familias. Un aporte potente y por sobre todo, humanizador.
Así nace Centro Barlovento.